A veces basta con tener una sola cosa clara para hacer que la vida dé un giro radical. A Rocío le pasó y ahora, trece años después, la encontramos aquí: madre de tres adolescentes, empresaria y cuidadora de un rebaño de 160 rumiantes que pastan por dos fincas y muchas hectáreas de bosque.
Rocío estudió Biología y comenzó su carrera profesional como educadora ambiental en Barcelona. Pero con el nacimiento de su hija tomó la determinación de convertirse en la mujer que hoy conocemos. La razón era sencilla: Rocío no quería criar a su hija en la ciudad. Durante la baja maternal, pues, se trasladó a una región boscosa cerca de la frontera francesa. Comparado con la selva urbana esto suponía, sin duda, un cambio radical, pero la claridad mental que sentía en aquellos momentos la condujo precisamente hacia lo que necesitaba. Apenas establecida en el campo, Rocío conoció su futura pareja, se enamoraron y comenzaron a construir una granja juntos. Fueron necesarios 9 años para hacer de aquella edificación de piedra un lugar habitable y durante este tiempo la familia se instaló en un pequeño bungalow de madera con una estufa de leña en el centro que recibía electricidad a través de un pequeño sistema de paneles solares. Ahora, aunque todavía falta la última capa de piedra y aunque desde fuera se ve notablemente incompleta, cuando entras en la casa (situada a más de 10 kilómetros del pueblo más cercano) te enamora su encanto, sólo comparable a la paz del camino que te lleva hasta allí. Con un aumento de la potencia de los paneles solares de 250 kW a 1.500 kW – así y todo, una cantidad minúscula comparada con el consumo medio de electricidad de la mayoría de nosotros- Rocío, su compañero y sus tres hijos han vivido casi cuatro años sin prácticamente otros servicios excepto el pozo de 60 metros que supuso su primera gran inversión en la finca. La granja se encuentra en la cima de una pendiente pronunciada rodeada de rocas que van trazando caminos y marcando los límites, como un patio de juegos para las cabras, lleno de cornisas donde pararse a descansar y admirar la profundidad del bosque y la extensión de la vista.
Nos sentamos en una de estas rocas y hablamos sobre las razones que la llevaron a aumentar el rebaño. Rocío estaba buscando una vocación que le permitiera seguir este estilo de vida fuertemente arraigado en la naturaleza. Y así, con sólo 15 cabras, se convirtió oficialmente en empresaria y pastora. Oficial es en este punto una palabra clave, porque arrancar un proyecto relacionado con el ganado implica muchísima burocracia -certificados, tasas, licencias ... - Se podría pensar que un pastor es un hombre que pasea por el campo con su bastón y observando el rebaño , pero lo cierto es que, aunque ocupe la mayor parte del tiempo, cuidar de los animales supone sólo la mitad del trabajo. Como empresaria, por un lado, y como pastora de un rebaño de este tamaño, por la otra, la venta directa es una de las pocas vías para hacer llegar el producto al mercado y requiere un montón de tiempo y de energía. En una semana normal, Rocío lleva sus animales al matadero los miércoles y los viernes distribuye la carne en diferentes puntos de venta. Después de ayudar tres pequeños gemelos de cordero a mamar una dosis extra de leche de una cabra, no muy entusiasta, compañera de su madre, la conversación deriva hacia la dificultad de llevar al matadero un animal que has visto nacer y ayudado a criar. No es fácil conducir un ser hacia la muerte, pero los fuertes lazos que vinculan la cuidadora en la granja, el ganado y el medio natural nos hacen comprender y sentir como el amor y la vida emanan fuertemente de este rincón del bosque. Y ciertamente el amor define la relación simbiosis que posibilita esta forma de vida. Poder disfrutar de la carne en una cena de Navidad con la familia y los amigos, utilizando y apreciando cada parte del animal y entendiendo que devuelve a la tierra, es una buena respuesta a las imprescindibles cuestiones éticas que nos debemos plantear en este sentido . El cuidado y la calidad de vida que una ganadera como Rocío proporciona a sus animales equilibra finalmente la necesidad de su sacrificio por razones alimentarias. Rocío subraya la forma en que la industrialización de la producción cárnica, con el apoyo incondicional de la publicidad, condiciona poderosamente el consumo masificado de carne, pero cuando se apuesta por un consumo moderado y responsable en el que se utiliza cada parte del animal, la fórmula se convierte sostenible. Su familia de cinco, por ejemplo, consume en un año menos carne que la que se compraría para el catering de una boda de tamaño medio.
Rocío ha establecido una fuerte conexión con la comunidad a la que pertenece y entre otras contribuciones -como su papel en el colectivo de mujeres pastoras de Cataluña- destaca su participación en el Món Empordà, un mercado orgánico local comprometido con el medio ambiente y el consumo responsable. Ella aporta su humus, la materia orgánica del suelo que funciona como fertilizante natural de los campos y las plantas. Así, después de una larga charla y de hacer volar los ojos sobre la naturaleza inmensa de este paraje virgen, hemos aprendido un poco más sobre la vida y el amor que pueden nacer de un momento de clarividencia. Gracias a Rocío, su compañero, Jep, y sus hijos encantadores (que no hay que olvidar que gestionan perfectamente bien su vida tecnológica de acuerdo con las necesidades del siglo XXI y dejando una huella energética mínima), somos más capaces de entender como una decisión estrictamente personal hizo que una de las tantas mujeres pastoras que hay hoy en nuestro país se embarcara en una aventura que contribuye a la mejora del ecosistema desde un rincón del mundo que nadie hubiera dicho que fuera habitable. //