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ADÉNTRATE EN EL ARTE Y LA CULTURA DEL EMPORDÀ A TRAVÉS DE SUS PERSONAJES

El movimento creativo de Lluís Lleó

«PARA MI, EMPORDÀ ES SINÓNIMO DE REFUGIO...»
Por Eudald Camps Fotos Martin Crook i Andrea Ferrés

Lluís Lleó (Barcelona, 1961) es un artista que se mueve o, mejor, que oscila entre extremos aparentemente irreconciliables. Este es el núcleo de su aventura creativa: ensayar la reconciliación de los contrarios en el campo de batalla que habilita toda obra de arte. La serie de esculturas que instaló, en el verano de 2017, en Park Avenue de Nueva York (entre la calle 52 y el 56 de Manhattan), ejemplificaría a la perfección esta concepción de la creación, digamos, pendular: entre la pintura y la escultura, entre la tradición más estricta y la modernidad radical, entre la memoria ampurdanesa de su universo familiar y la ciudad contemporánea atrapada en un presente sin pasado, entre el hacer paciente y artesanal y la utilización de la última tecnología para lograr registros decididamente monumentales... Binomios, insistimos, sólo aparentemente contradictorios: Lluís Lleó inventa diálogos imposibles que, hoy en día, no dejan de ser una apuesta radical.

Conversar con él es, en este sentido, un placer dialéctico. El viaje en el tiempo hace buenos los célebres versos de T.S. Eliot: «Time presente and time past / Are both Perhaps presente in time future, / And time future contained in time past», poesía consciente, en un sentido profundamente Nietszche, de aquel eterno retorno anunciado por el filósofo alemán a la Gaia Ciencia: «el eterno reloj de arena de la existencia dará la vuelta siempre de nuevo, y tú con él, corpúsculo de polvo». De hecho, las cinco estelas expuestas en Nueva York no dejan de ser un homenaje al paso del tiempo y a la memoria de los materiales: la forma en que se contraponían los bloques de piedra policromados para Lleó a los grandes edificios (el Seagram Building, de Mies van der Rohe, y la Lever House, de Gordon Bunshaft) nos remite al memento mori, la Vanitas que, en el fondo, siempre termina siendo cualquier obra de arte. La lección, en última instancia, nos la recuerda la fragilidad de una mariposa: con el título Morpho s Nest in a Cadmium House del artista insistía en el carácter frágil y efímero de la existencia y, por qué no, en la necesidad de recuperar una forma de belleza delicada y heroica a la vez. Llevamos a colación la intervención de Lluís Lleó, hace dos años, en Nueva York por varias razones: en primer lugar, porque él fue el primer pintor en ocupar un espacio reservado tradicionalmente a la escultura y, también, porque en través de aquella instalación el artista ha escenificado su regreso a tierras catalanas: «Llevar esta pieza a Barcelona -explica- es para mí una vía para volver a casa de la mejor manera posible, es decir, con una obra que unifica aspectos de ambos lugares ». Y es que, de alguna manera, el péndulo ahora habría detenido al viejo continente: después de tres décadas en la metrópoli norteamericana, el artista recala en casa con la lección aprendida, esto es, que la única salida para el arte es que asuma sus propios caminos. En efecto, el gran descubrimiento de Lluís Lleó radica en la íntima comprensión de la naturaleza del medio con el que trabaja.

Esto que puede parecer evidente, de hecho, no lo es en absoluto: nos referimos al hecho de que las obras de Lleó no podrían estar hechas de otra manera sin asumir una pérdida irreparable. Y es por ello que la pintura no sólo es una opción estilística o formal sino una declaración de principios de importantísimas resonancias conceptuales ...

Es decir: su trabajo es, en primer lugar, una relectura consciente de la historia del arte que, para él, es sinónimo de historia de la pintura. Desde los frescos pompeyanos, pasando por toda la muralística románica y medieval, hasta las aventuras ya netamente contemporáneas de autores como Ellsworth Nelly o Christopher WILMARTH, todo ello dibuja un paisaje que tiende a la síntesis global, a nivel cronológico, pero también entre pintura y escultura o, muy especialmente, entre pintura y arquitectura. Con todo, Luis Lleó aún va más lejos: el hecho de que recupere deliberadamente técnicas hoy casi en desuso lo sitúa en un espacio preñado de memoria material: la pintura al fresco, quizás más que ninguna otra técnica, exige un proceder lento y por etapas, siempre sujeto a los ritmos que dicta el mismo secado de la superficie del muro que impide la presencia del recurso fácil y efectista y, al mismo tiempo, consigue subrayar el carácter reflexivo de su aventura creativa.

Como él mismo explica, heredó de su abuelo y de su padre la fascinación para las pinturas románicas del Valle de Boí. Pero no sólo eso: «Si me fui a los Estados Unidos también fue por recomendación familiar -confiesa Lleó-, ya que en casa tenían muy claro que había que ampliar horizontes. Para entendernos: el edificio del MNAC es de la misma época que el pabellón de Mies van der Rohe... Creo que con esto ya está todo dicho». Sólo así se entiende su regreso al Empordà: «Para mí, el Empordà es sinónimo de refugio: aquí recupero un ritmo de trabajo imposible en Estados Unidos, donde la exigencia y la competitividad pueden acabar siendo insoportables. La gracia de todo esto es que se trata de vivencias perfectamente compatibles». O, como dice Giorgio Agamben: «La contemporaneidad se inscribe en el presente señalándolo sobre todo como arcaico y sólo quien percibe lo más moderno y reciente los indicios y las marcas del arcaico puede ser su contemporáneo». //