Gerona, dos mil años de historia, entre cuatro ríos, laberinto de calles, plazas, puentes y monumentos. Gerona, tan observada, tan fotografiada, tan viva. La Girona que de día enamora y de noche deslumbra. Os proponemos dar un paseo por la ciudad de noche.
Llegamos un atardecer de primavera, cuando el sol se pone y el olor de los tilos comienza a invadirlo todo. Algunas tiendas del Barri Vell todavía están abiertas. Tenemos tiempo de entrar en algunos establecimientos centenarios, que han resistido el paso del tiempo y el furor de las compras online.
Subimos hacia la muralla, un paseo privilegiado con una perspectiva única. Desde lo alto de una de las torres contemplamos una postal majestuosa: la catedral y la basílica de Sant Feliu, todo el Barri Vell, con todas las variantes de los ocres y tostados, y la ciudad nueva. Al fondo, los jardines de la Devesa. Y rodeándolo todo, los rosas, naranjas y morados de una puesta de sol que recordaremos. Dejamos la muralla, bajamos las escaleras de Sant Domènec y hacia la calle de la Força, una calle de adoquines que conecta con una serie de pequeñas callejuelas que antiguamente formaban el centro de la judería, una de las más grandes y mejor conservadas de Europa. Al final de esta vía, aparece con toda su rotundidad, elevándose hacia el cielo, la catedral. Iluminada, parece custodiar los secretos de la ciudad desde tiempos inmemoriales. Ahora recuerdo lo que escribió Josep Pla sobre este templo: «Ante estas piedras orgullosas, duras, oscuras, imperativas, comprendí que por encima de mis personales, insignificantes intereses, hay una permanente, continuada, inquebrantable, apelación a lazos genéricos pero concretos, más importantes. La catedral me parece el primer elemento de fuerza de mi colectividad». La catedral como presencia inapelable.
Bajamos y atravesamos el río Onyar por el puente de la Princesa. No es de los más llamativos ni el más fotografiado, ya que debe competir con el puente de las Peixateries Velles, de hierro rojo, o el majestuoso puente de Pedra, pero para algunos es el más romántico. Desde aquí observamos el espectáculo de las casas de colores que se reflejan en las aguas del río Onyar, las ventanas iluminadas, gente que trastea en casa. Ya sentimos el ambiente de la plaza de la Independència, donde hoy existe una actuación de uno de los muchos festivales que animan la ciudad a lo largo del año.
Ya es negra noche, las calles están agitadas, y las terrazas, llenas de gente. Buscamos sitio para cenar. La oferta gastronómica es amplia y diversa, tradición y modernidad, producto local y algunos establecimientos en el Olimpo Michelin. Cenamos en un pequeño restaurante en la calle Santa Clara y, cuando acabamos, buscamos la Rambla, uno de los puntos neurálgicos de encuentros y paseos, y nos tomamos un helado observando el vaivén de gente. Hacemos hacia el hotel, en la plaza de Catalunya, con una terraza con vistas impresionantes. Al día siguiente desayunaremos aquí.
Punto y seguido
Es temprano, disfrutamos del aire fresco de la mañana mientras la ciudad se va despertando. Los más madrugadores, algunos ciclistas. Girona se ha convertido en punto de referencia mundial para este colectivo, que ha encontrado una ciudad de medida humana en un territorio privilegiado, junto al mar y la montaña. Salimos del hotel y caminamos hasta la plaza de Sant Pere, nos esperan unos antiguos baños romanos. Piedra y agua. Historia. Cuando salimos, nos damos cuenta de que estamos a las puertas de otro pulmón verde de la ciudad, el valle de Sant Daniel. Pero este paseo lo dejaremos para otra ocasión.