Ocho décadas en la proa de Cadaqués dan para mucho: para ver Dalí amarrar la barca directamente en la terraza del Marítim, o Duchamp buscando nuevos contrincantes por el ajedrez tras derrotar a los habituales del Meliton; para hacer unas cañas con Kirk Douglas y Yul Brynner aprovechando una pausa en el rodaje de La luz del fin del mundo, o para destilar las horas con autores imprescindibles como Lanfranco Bombelli y Richard Hamilton; para descubrir aspectos ocultos de la creación contemporánea junto a artistas como Alfredo Jaar, Antoni Muntadas, Max Bill y Tacita Dean, o por profanar la vida secreta de escritores como Vargas Llosa y García Márquez (Josep Pla ya se profanaba solo); por descubrir, fascinados, que el Jesucristo imaginado por Pasolini (El Evangelio según San Mateo) no era el hijo de Dios sino que se trataba de Enrique Irazoqui, cliente asiduo del Marítim y figurando imprescindible de una terraza que no sería la misma sin él ... Casi un siglo desfilando por la escenografía de un bar imposible abarcar a menos que, por supuesto, ensayamos a hacer como Pere Figueras (Cadaqués, 1921) y nos limitamos a saborearlo lentamente, como se debería degustar la vida o un cóctel irrepetible.
Sea como sea, no prueben de hacerlo en casa porque tardarían ochenta años y, además, la mayoría de ingredientes son imposibles de encontrar. Necesitan un pueblo de pescadores casi intacto; una guerra civil (preferiblemente no demasiado larga); un ejército de artistas, escritores, músicos, actores y personajes anónimos e inclasificables (todos ellos ávidos de sol, de luna y de conversación); una playa de arena muy gruesa (o de guijarros muy pequeños); la clásica gauche divine que vendría a ser, como decía el fotógrafo Xavier Miserachs, una "irrepetible mezcla de política, intelectualidad, whisky y Bocaccio"; y, el ingrediente más sutil pero determinante (a la manera de las cuatro gotas de angostura o de tabasco), hombres como Pere Figueras o Huc Malla, 'barmans' capaces de agitar con energía una coctelera que, en manos inexpertas, podría convertirse en una bomba devastadora. Huelga decir que las proporciones de cada ingrediente (y de tantos otros que se nos escapan) es un secreto que ha logrado, con el paso del tiempo, la categoría de misterio.
Pues eso: el Marítim Bar es un cóctel irrepetible. La buena noticia es que, ochenta años después de su inauguración (un Santiago de 1935), puede ser disfrutado en las mismas condiciones que el primer día gracias a la paciente restauración promovida por Huc Malla (nieto de Pere Figueras, histórico propietario) y llevada a término, con responsabilidad y delicadeza, por el diseñador de interiores Jordi Vayreda. "La idea -explica Malla, gerente del mítico local de Cadaqués desde hace un par de años- era recuperar el aspecto original ideado por Sagalés [arquitecto] y, al mismo tiempo, adaptarlo a las necesidades de la cocina contemporánea. Por eso prefiero hablar de restauración más que de reforma: como si se tratara de una pintura antigua (Huc Malla también es historiador del arte y galerista), le hemos ido sacando capas de barniz ... ". El resultado, impecable, parece que quiera rendir homenaje a los célebres versos de Foix: "Me exalta lo nuevo y me enamora lo viejo".
Y si no que le pregunten a Pedro Figueras. Desde su atalaya ( "La casa más alta de Cadaqués ") recuerda, con la dosis justa de satisfacción y una pizca de nostalgia, los comienzos de todo: Con catorce años yo era el niño de los encargos. Me pasaba el día arriba y abajo: que si moler café en el almacén, que si picar hielo para hacer helados, que si ir a buscar botellas ... Me lo pasaba bien y al mismo tiempo trabajaba. Nada menos: Pere Figueras aún conserva la fortaleza y la templanza del nadador de fondo insobornable capaz de chamuscar un bosque (poca cosa: "una pequeña parcela entre Roca Mar en Sa Conca") para salvar su mascota alada ("una abubilla que nunca estuvo enjaulada") o de lanzarse al mar desde el acantilado de sa Cova dels capellans, sin pensarlo dos veces, para rescatar a una cría de halcón que la tramontana había precipitado al agua (durante ocho o nueve años, la rapaz ocupó la plaza que el incendio, y un fatídico error de cálculo, dejaron vacante).
Lección de vida: asumir tal como surge. La capacidad de Pere Figueras para objetivar la realidad pasándola por el filtro del sentido común es prodigiosa. La Guerra Civil? -se interroga respondiendo a nuestra pregunta- Pues mientras duró tuvimos el Marítim cerrado y, cuando se terminó el asunto, volvieron a abrir. Y aún más: Turismo? Siempre ha habido turismo. Por aquí pasaba todos y todo el mundo era igual: venía García Márquez a tomarse un quemado con Carmen Balcells [editora], o Josep Pla a beber un carajillo de ron Pujol, que le gustaba mucho, ya interesarse por el ganado ... Nunca hablábamos de política! Este debe ser uno de los secretos del éxito del Marítim: ser lugar de encuentro y catalizador de sensibilidades más allá de épocas y modas. Hippies? Yo siempre he sido hippy! -exclama un rejuvenecido Figueras-. A lo largo de todo este tiempo, he convivido con gente muy diferente. Basta que sean personas de bien. La fórmula? El Marítim era una república en tiempos de Franco y nunca lo ha dejado de ser.
No hay que darle demasiadas vueltas: la magia del lugar sólo puede entenderse al atardecer, sentados como el autor de Cien años de soledad "Alrededor de una de aquellas mesas de hierro con sillas de hierro donde sólo cabíamos seis a duras penas y nos sentábamos veinte... ".
Este debe ser uno de los secretos del éxito del Marítim: ser lugar de encuentro y catalizador de sensibilidades más allá de épocas y modas. Dónde, si no? "En el Marítim, el populoso y sórdido bar de la gauche divine en el crepúsculo del franquismo". Quizá por eso Salvador Dalí siempre prefirió llegar directamente en barca y, quizá también por eso, a Rosa Regàs le preocupa que no haya nadie "que vaya arriba y abajo con cántaros o bombonas de butano sobre la cabeza, ni que los pescadores maten las horas en el Marítim fumando caliqueños y tomando café con ron": los tiempos cambian, pero la proa de Cadaqués resisteix.//