Los ríos Fluvià y Muga riegan las casi cinco mil hectáreas de cultivos, campos y lagunas del parque natural de los Aiguamolls de l'Empordà. Sólo ochocientas están consideradas reserva integral, un pequeño y valioso ecosistema que se puede visitar todo el año gracias a una completa red de itinerarios para realizar a pie, en bicicleta o a caballo.
No hay una estación mejor que otra para aventurarse en la segunda zona húmeda más grande de Catalunya. Todas son necesarias para realizar hacia la siguiente y todas tienen su encanto. Sí hay una recomendación: hacerlo con la calma y el respeto que merece la flora y fauna que vive en armonía porque el parque es su casa, no la nuestra.
Primavera
La vida estalla y cualquier ruta regala sorpresas. El lirio amarillo, el azul y las orquídeas que crecen en los bordes de los caminos pintan los nuestros pasos acompañados de una sinfonía de cantos. ¿Identifique el rebozuelo? Es una de las ochenta aves habituales del parque y ahora convive con otras trescientas especies porque las aves migratorias, que abandonan África para pasar el verano en el norte de Europa, hacen parada en los humedales y lo convierten en el paraíso de la ornitología. Aquí llegan, se alimentan, reposan y marchan, excepto cuando sopla la tramontana. Entonces no levantan el vuelo para que el viento les iría en contra, así que es justo cuando amaina que comienza el espectáculo aéreo. La primavera es época de cría y lo hace el pato zambullido sed o el simpático zampullín moñudo, las arpellas, las estilizadas cigüeñas, los zancudos... También el sendero camanegro, que anida en la arena, frente a las lagunas litorales, por lo que un buen tramo de playa queda cerrado y el acceso a los perros está prohibido. En la ruta de Les Llaunes nos esperan las yeguas y los gamos amamantando a los sus pequeños, ya orillas del Cortalet, el centro de información, las ranas reinetas, algunas de color azul.
Verano
El sol y el calor se imponen y los humedales quedan casi secos. Lo mejor es ir a primera o última hora del día, cuando la temperatura no es tan elevada. Es cuando las nutrias salen de la madriguera y buscan el alimento que el resto del año buscan de noche. Para encontrar esta especie recuperada en los años noventa, es necesario ir a las pocas zonas que quedan con agua, a las lagunas litorales.
El verano es la estación de los abubillos, de los coloridos abejarucos y, en el itinerario de Vilaüt, del arrendajo azul, un ave de tamaño medio de un azul espectacular que anida, ya es curioso, en los postes de la electricidad. Es también el momento álgido de las mariposas, símbolo de la perseverancia y la transformación y una señal, dicen, de buena suerte. Aquí hay más de setenta especies diurnas y las encontraremos en los prados de los itinerarios 1 y 2, y en la reserva Medio de dos Ríos del río Fluvià. Estaremos tan entretenidos buscándolas, fotografiándolas y quizá dibujándolas, que haremos hacia los lagos del Matà, donde se tíean las yeguas y los flamencos, grises los jóvenes, más rosados los adultos.
Otoño
Los temporales de levante deberían traer lluvias generosas, pero la crisis climática ha alterado las reglas del juego y, por desgracia, estas cartas ya no están garantizadas. Más o menos seco, el otoño llega al parque, lo dicen los fresnos, los álamos, los robles y otros árboles caducifolios que, teñidos de amarillo, nos animan a pasear sin prisa. En el cielo, las aves de la migración post-nupcial, así bautizada porque la hacen las especies que en primavera han subido hacia Europa y ahora desfilan hacia África para pasar el invierno que se avecina. Son bandadas de rapaces, de abejarucos o cigüeñas con la tramontana, ahora sí, a favor. En la tierra, el bramido del gamo, una especie forastera que en los años ochenta se introdujo con ganas y éxito. En el itinerario 1, cerca del Cortalet, y más bien al atardecer, seremos testigos privilegiados de este ritual en el que los machos braman y luchan entre ellos con las majestuosas cornamentas para lucirse ante las hembras en celo.
Invierno
La hipnótica danza de los estorninos al amanecer y al atardecer es el regalo que sube el telón del invierno. El parque acoge a las aves que huyen de las temperaturas rigurosas del norte y el centro de Europa porque los lagos donde viven quedan helados y buscan un refugio más amable. Como el avefría, un pájaro de aspecto presumido que debe su nombre a esta estación del año. También patos como el ángulo, el azulón o la cerceta común, o los gansos, la garza real o las grúas, que se reconocen porque dibujan una gran V en el aire. Las identificaremos si aprovechamos los observatorios y acechos de la zona de Les Llaunes. En la Closa d'en Biel, otro punto del parque, ya falta de pastos, las yeguas se recogen para pasar un plácido retiro invernal.
Cuarenta años de una lucha popular
La mirada interior del invierno ha hecho aflorar una reflexión: somos muy afortunados de disfrutar todo el año del parque natural de los Aiguamolls de l'Empordà. Este año cumple cuarenta años y existe porque un grupo de jóvenes con todo un pueblo detrás se rebeló contra un proyecto urbanístico gigantesco. Eran los años setenta. Eran David contra Goliat. Y David venció la especulación y logró que el Parlament de Catalunya protegiera los terrenos y trabajara para convertirlos en lo que son ahora. Tal y como pretendían los defensores de aquella reivindicación social, una herramienta formativa, una zona de relajamiento, un espacio de respeto y admiración mutua.
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